Relaciones Humanas y Condición Humana

Los diferentes aproximaciones respecto a lo que son las relaciones humanas aparecen curiosamente olvidando algo que evidentemente es fundamental. Esto es que las relaciones humanas son conformadas por individuos (seres humanos) los que sin lugar a dudas van a determinarlas de acuerdo a sus características propias. Por lo tanto, los grupos y las sociedades se desarrollan conforme a lo que son los rasgos distintivos de los seres humanos y no a los de otras especies animales. A continuación presentamos una visión de esta problemática que considera precisamente lo que es el ser humano, incluyendo su condición zoológica.
Se trata del primer capítulo del libro “Interacción personal y relaciones humanas” de Héctor Pauchard Hafemann, Ed. Universidad de la Frontera. Temuco, 1993.

CAPITULO I:

LA INTERACCIÓN SOCIAL
Y SU PROTAGONISTA



I. LA INTERACCIÓN SOCIAL.

* LA INTERACCIÓN SOCIAL Y SUS EFECTOS.

Es bien conocido que al ser humano se le describe como un ser social. Esto en la realidad significa que vivimos en todo momento procesos de interacción con otras personas. Porque todo fenómeno social se concreta en última instancia en fenómenos de interacción. Así, por ejemplo, la moda que a primera vista puede aparecer impersonal se expresa en interacciones. El ir vestido de cierta manera tiene un impacto en otros, los que a su vez reaccionan y afectan al primero. Este, además, se ha ataviado en forma particular precisamente con el objeto de lograr ciertos efectos en otros y de despertar determinadas reacciones frente a su propia persona. Porque, toda nuestra vida, de no estar en un lugar solitario, es un continuo interactuar.
Desde la mañana a la noche estamos interactuando con otros seres humanos. Normalmente se presuponen interacciones con los familiares desde el momento de levantarse, comenzando por el compartir el baño y los turnos respectivos, continuando con sentarse a la mesa a tomar el desayuno, e incluso durante la tarea de vestirse para ir al trabajo. En el trayecto a la actividad laboral (en el caso de usar la movilización colectiva) se producen otras tantas interacciones al adquirir el pasaje respectivo, así como en el contacto con los pasajeros con quienes viajamos juntos (aunque no crucemos palabra con ninguno de ellos). Ya en el lugar de trabajo esto continúa y es aún más variado, sea en una oficina, en una fábrica o en un negocio. Hay interacciones entre el personal, tanto en lo que se describe como la estructura formal (dar o recibir indicaciones, por ejemplo), como en la dinámica informal (relaciones de amistad, de compromiso y otras con los integrantes de los equipos de trabajo). A la hora de la colación este último tipo de interacciones puede aumentar. Y sigue así hasta la vuelta a casa, en que se intercalan otro tipo de interacciones, como son los contactos con conocidos en el bar, la visita a un club, o el pasar a saludar amistades con uno u otro motivo. Finalmente, ya en el hogar, cantidades de interacciones se desarrollan a la hora de la cena, las que ni siquiera terminan al acostarse... . Y, aparte de todo lo anterior, los medios de comunicación de masas (TV incluida) nos informan de manera predominante de la interacción de otros humanos. Esto es lo que sucede en un día de trabajo y algo no muy distinto ocurre en los días de descanso, con diferencias solamente en alguna variedad de contactos.
En todas estas interacciones la gente “se hace cosas” (diremos por ahora) y ello puede llevar a la felicidad o a la desdicha a los seres humanos. Es decir, individuos y grupos viven distintos estados de ánimo, conforme a como son afectados por otros congéneres. Es así como la dueña de casa estará feliz con su familia, al tanto que otra vivirá un pequeño o gran infierno de todos los días en sus relaciones familiares. O, un jefe en una fábrica obtendrá un agrado vivificante en su trabajo, en cambio, otro experimentará un permanente sobresalto, con un humor alterado y en tensión continua con su personal. De resultas de lo que recurrirá a pastillas sedantes, al alcohol, o a alguna aventurilla que le permita encontrar algo más placentero en la vida. Otro tanto ocurrirá al profesor en la sala de clases, o a los vecinos en su convivencia de todos los días, etc., etc.. Por éstas y muchas razones es indispensable estudiar la interacción humana, con el fin de conocerla efectivamente, comprender su dinámica, y poder en consecuencia encontrar procedimientos para mejorarla y perfeccionarla para el bien de individuos y comunidades.
La interacción humana es un fenómeno complejo, por lo cual es indispensable subdividirla y llegar a determinadas clasificaciones como veremos más adelante. Porque de esta manera podemos trabajar sobre ella en forma más eficaz y más fácilmente.

* LA BIOKINESIS Y LA INTERACCIÓN SOCIAL.

La selección natural lleva a que aquellos caracteres hereditarios que son desventajosos (que reducen la adecuación biológica, esto es, la descendencia del individuo) disminuyan su proporción entre los individuos de la misma especie; y de la misma manera, los que aumenten esta adecuación van a predominar sobre los anteriores. Omitiendo fenómenos aleatorios, se puede predecir una adecuación máxima de los caracteres a las condiciones particulares para la especie en cuestión. En otras palabras, los caracteres que posea un individuo serán adecuados para que aquel, a su vez, deje descendientes, considerando que el ambiente no haya variado.
Una característica notoria de los animales, es que su capacidad de movimiento es el medio más destacado en las interacciones con el entorno. De lo que trataremos en los próximos acápites. Debido a que no es una característica exclusiva de los animales, sino que se encuentra presente en otras variedades de organismos, y con fines prácticos, la denominaremos biokinesis. Esta capacidad de movimiento y los desplazamientos consiguientes (tanto del individuo mismo, como de elementos del medio externo) es un aspecto que incide directamente en la interacción humana.
Por otro lado, la selección natural opera a nivel de individuos, lo que, visto con ojos humanos, aparece como una competencia entre miembros de una misma especie. Comúnmente podemos apreciar hechos que son interpretados así. Por ejemplo, cuando escasea la caza los leones adultos alejan a zarpazos a aquellos cachorros que intentan compartir la presa que están devorando. Y las cabras, en el Norte Chico chileno, en épocas de sequía abandonan a sus crías (las que naturalmente mueren, pero evidentemente eso permite sobrevivir a la madre). Es decir, el sobrevivir se realiza con frecuencia a expensas de otros individuos, aún de la misma especie. Naturalmente, en nuestra perspectiva humana estos fenómenos los describimos como egoísmo y nos referiremos a él como egoísmo vital, precisamente debido a la significación y consecuencias de envergadura que tiene en las interacciones humanas.
Pues bien, la biokinesis tiene como resultado un acercamiento o distanciamiento (o evitación) de algo (un ambiente, seres vivos, elementos materiales, etc.). Implica, en consecuencia, un disminuir o aumentar distancias, lo que se logra tanto por el desplazamiento del propio organismo, como a través de movilizar elementos del medio externo a él (tal es el caso de los moluscos filtradores). Estas acciones tienen relación directa con la protección del propio organismo y también, con ventajas para el individuo, puesto que se aleja de lo que le implica destrucción o riesgo de ella y se acerca o disminuye distancias respecto de aquello que lo beneficia en alguna forma (o a la especie, como sucede con el apareamiento sexual). Lo descrito constituye un primer nivel de la biokinesis, pero que da las bases para su expresión en los seres humanos, en forma independiente del hecho que los mecanismos que permiten esta biokinesis difiera en sus características en las distintas especies. En el hombre depende fundamentalmente del gran desarrollo de su sistema nervioso y de una particular adecuación de su sistema músculo-esquelético.
En un segundo nivel de desarrollo, la dualidad de acercamiento-evitación presenta una diversificación en cuanto a evitación. Allí encontramos que los individuos no sólo evitan, sino que alejan o destruyen lo que normalmente provoca consecuencias nocivas para el respectivo organismo. Esto último (eliminación de lo peligroso) se constituye también en variados procedimientos para alejar aquello en determinadas circunstancias. Evidentemente lo anterior se relaciona con el ampliamente estudiado fenómeno de la agresión de los seres humanos. Lo que estudiaremos con cierto detalle, enfocándolo desde ángulos distintos en los próximos capítulos.
En un tercer nivel se nos presenta la diáda acercamiento-evitación más diversificada aún. Porque allí no sólo están la evitación y la destrucción, sino que, igualmente, el acercamiento se expande hacia acciones de protección y cuidados (que trataremos luego en un somero examen de los mamíferos, especialmente en cuanto a la protección de las crías).
En el nivel humano la biokinesis se expresa en una extraordinaria cantidad de facetas, debido a la capacidad simbólica característica de la especie. En efecto, relacionamos elementos y por lo mismo llegamos a igualarlos (de lo que trataremos en el CAPITULO II: EL PROCESO COGNITIVO I). Y accionamos en consecuencia. En los humanos lo que se requiere evitar es considerado bueno, y malo lo contrario. En otras palabras, son los valores (y a lo cual nos referiremos también en los próximos capítulos). Es así como distintos hechos y acciones equivalen a cuidados y protección, unos y los otros, a destrucción. Se habla entonces, respectivamente de amor y odio. Nosotros usaremos para ello las expresiones de buen trato y de maltrato.
De esta forma, el acercamiento afectuoso y el sacrificio destinado a preservar lo que se considera bueno, son expresiones de la biokinesis en el ser humano. Por lo mismo los distintos hechos que constatamos en las relaciones cercanas, que se describen con palabras como amor y afectos, se inscriben dentro del fenómeno en cuestión (relaciones padres-hijos, relación de amor erótico, relaciones de amistad, etc.). Y prosiguiendo en esta línea de análisis constataremos que la vida en grupos del ser humano es igualmente una expresión de éste fenómeno. Lo que se apreciará más claramente en los capítulos destinados a tratar sobre la vida social y los grupos. Adelantemos aquí que el espíritu de cuerpo que lleva a las muy valoradas acciones heroicas en las distintas sociedades son también un esfuerzo por preservar lo considerado bueno. Lo que vale igualmente para las acciones que se califican de altruistas, cuyo resultado es precisamente el beneficio de otros (acción de preservación).
El evitar o destruir lo malo en los seres humanos adquiere, también, un gran desarrollo, debido a las características de nuestro proceso cognitivo. Porque no sólo nos alejamos o intentamos destruir a través de acciones de tipo físico. De alguna manera el hacer sufrir es un equivalente de destrucción para nosotros (hacer el mal). Y por lo mismo, desarrollamos acciones que tienen ese efecto, en el caso de que no nos resulte posible el lograr la destrucción de lo malo (especialmente si se trata de otros congéneres), sea por falta de recursos o por temor a las consecuencias.
Los afectos y emociones se relacionan íntimamente con la biokinesis. Es evidente que ciertas emociones y afectos los consideramos negativos y otros positivos. Y no sólo evitamos los primeros y nos procuramos los segundos, sino que los hechos nos muestran que los afectos y emociones negativas se producen cuando no podemos evitar lo negativo o cuando se nos cierra el paso en nuestra búsqueda de lo positivo. Al tanto que el acercamiento o logro de lo bueno nos provoca emociones positivas y la evitación de lo malo, al menos afectos positivos y, en ocasiones, explosiones de alegría.
Todo lo anterior se integra íntimamente con la sofisticación que en el ser humano adquiere el egoísmo vital. Porque parece ser que nada de lo que hacemos es independiente de esta característica nuestra de organismo vivo. Sin embargo, ella se atempera en la necesidad que tenemos de los otros humanos y se logra, en condiciones óptimas, algo que resulta bueno para todos (y de lo cual pareciera que los humanos nos olvidamos continuamente en la época actual).
En la interacción humana encontraremos la concreción de estos fenómenos en cada momento. Y en lo que describimos como interacción binaria, directamente los seres humanos nos acercamos y cuidamos a lo que consideramos bueno y nos alejamos o intentamos destruir lo que nos resulta malo. Al paso que en las interacciones sociales propendemos al equilibrio entre los intereses de los distintos humanos que requieren convivir juntos. En los capítulos CAPITULO VII: INTERACCIÓN HUMANA y CAPITULO IX: INTERACCIÓN BINARIA I y CAPITULO X: INTERACCIÓN BINARIA II nos extenderemos sobre estos fenómenos, aparte de todo lo tratado respecto a la vida en sociedad de los seres humanos en los capítulos respectivos.
Finalmente, señalemos que la biokinesis tiene resultados paradojales en los seres humanos, toda vez que sus acciones lo llevan a consecuencias opuestas a las que éstos pretenden, especialmente en cuanto al acercamiento a lo positivo. Porque debido a nuestra tendencia a igualar elementos sólo en base a similitud de aspectos parciales, sucede que todo aquello que nos resulta placentero se convierte para nosotros en bueno y por consiguiente lo buscamos. Las drogas y el alcohol, entre muchos otros hechos, son producto del fenómeno en cuestión. Pero, ello plantea problemas de dimensiones que no es del caso tratar aquí. Aunque, sí nos extenderemos sobre la búsqueda de reparaciones (justicia) que en las interacciones binarias lleva precisamente a resultados opuestos de lo que es el procurarse bienestar y defender la propia persona.
Todos estos fenómenos que resultan extraños, son susceptibles de explicarse, debido a que en las especies con un mayor desarrollo cerebral se produce el fenómeno de la herencia social (cultura). De esta forma, los individuos desarrollan actuaciones aprendidas de otros congéneres, las que, por su capacidad de traspaso, pueden prosperar aunque vayan en detrimento de sus portadores. Es así que muchas actuaciones de los seres humanos resultan sumamente útiles para los individuos, al paso que otras son definitivamente perjudiciales (como sucede con el transferir valores que llevan a resultados altamente lesivos de acuerdo a lo indicado anteriormente), lo que finalmente aparece contradictorio con el egoísmo vital, porque en vez de constituirse en algo beneficioso para los individuos, precisamente los perjudica e incluso los destruye.


II. LA CONDICIÓN ZOOLÓGICA DEL SER HUMANO.
(ESCRITO CON LA COLABORACIÓN DEL BIÓLOGO LUIS PAUCHARD)


El protagonista de la interacción humana es, naturalmente, el Homo sapiens. Por consiguiente, es indispensable clarificarnos respecto de él, que no sólo es sujeto de las interacciones, sino objeto de ellas. Porque, estimado lector, las interacciones deben ser forzosamente una resultante de las propiedades de sus autores. Es así como las características del ser humano se constituyen en un marco de hierro para los procesos que nos ocupan. No esperemos del Homo sapiens aquello que le es ajeno. Pero, estas características no sólo lo limitan, sino que también implican potencialidades que darán, a mejor conocimiento de ellas, mayores posibilidades de efectiva acción operacional. Las imágenes ideales de un ser humano (y, a veces, francamente caricaturas) que se encuentran en distintos ambientes conducen de manera inevitable a errar el camino.
En realidad, la representación que se tiene del ser humano varía de persona en persona, de uno a otro grupo ideológico, de sociedad en sociedad. Ha cambiado según las épocas. Así, los griegos tuvieron un cuadro distinto de él que los romanos. Y la visión del hombre, en la Edad Media fue diferente de la que se desarrolló durante el Iluminismo. Cambió igualmente durante la Revolución Industrial. Por otra parte, en la época actual se tienen conceptos tan distintos al respecto, que, en aras de no confundirnos, es preferible mencionarlos así, al pasar. El conocimiento de las peculiaridades del ser humano, tanto en general como en particular, es de importancia básica, puesto que cada una de ellas constituye un factor variable condicionante en las interacciones, según distintas circunstancias y con un mayor o menor grado de efecto en ellas de acuerdo a los contextos en que éstas se den. Es necesario, en consecuencia, aproximarse lo más que sea posible al conocimiento humano. Pero, no a un conocimiento intuitivo, sino al conocimiento científico, que es el que da garantías y base para una acción eficiente. En las próximas páginas tendremos una apretada información sobre los aspectos del ser humano que aparecen como los más relevantes en cuanto al tema que nos ocupa.

* HISTORIA EVOLUTIVA DEL HOMBRE.

El Homo sapiens es, desde luego, un organismo animal, lo cual tiene consecuencias fundamentales en la interacción humana. Por consiguiente es necesario examinar estos aspectos aparentemente áridos de nuestra condición humana, a riesgo de que el amable lector pueda impacientarse y sentirse alejado del tema de interés.
Revisaremos someramente la clasificación biológica de nuestra subespecie, el Homo sapiens sapiens, a fin de examinar algunas relaciones de parentesco, con consecuencias de importancia para nuestro estudio.
La clasificación está dada por categorías taxonómicas inclusivas, que reúnen por la ascendencia común. Los nombres utilizados por los biólogos son latinizados y se escriben en mayúscula, a veces, por conveniencia, utilizaremos nombres corrientes, en minúsculas.
Comenzaremos desde la más amplia de las categorías, el reino Animal, que nos agrupa con todos los organismos pluricelulares heterotróficos con cilios o flagelos de estructura 9+2 y que, en la actualidad, es representado por numerosas especies de muy variadas características. Dentro de este reino se produce una subdivisión que comprende a los denominados metazoos superiores, que comparten un ancestro teórico de tres capas celulares. Todos los descendientes tienen un sistema nervioso, al menos rudimentario, y un sistema muscular con un esqueleto, que puede ser rígido o hidráulico —como en los distintos “gusanos”—.
Luego nos integramos en el Filo Chordata o cordados, animales que tienen en común la presencia del notocordio (una estructura de sostén muy primitiva), aberturas branquiales y una cuerda nerviosa hueca que concluye en una dilatación en el extremo anterior, el cerebro. Los dos primeros caracteres son sólo apreciables en la etapa embrional de los seres humanos.
Diferencia al subfilo Vertebrata, o vertebrados, en el que nos incluimos, del resto de los cordados, la existencia de una estructura anular repetitiva y ósea que rodea al notocordio —cuando éste existe— y a la cuerda nerviosa, las vértebras, y de una cubierta ósea para el cerebro.
Reduciendo las relaciones de parentesco llegamos a la superclase Tetrapoda, o sea los organismos de cuatro pies (anfibios, reptiles, aves y mamíferos)
La clase Mammalia (mamíferos) se distingue por tener glándulas mamarias (con la consiguiente relación estrecha entre madre y crías durante la lactancia), pelaje (que permite la aislación térmica) y una dentición con tres tipos de dientes (incisivos, caninos y molares, cada uno especializado en una función).
A continuación nos reunimos en la subclase Theria, aquellos mamíferos que no ponen huevos (las crías nacen vivas) y luego a la infraclase Eutheria o mamíferos placentados. En estos existe una estructura, llamada placenta, que facilita el intercambio eficiente de nutrientes y desechos entre el feto y la madre, permitiendo un largo desarrollo intrauterino, lo que es parcialmente imitado por los marsupiales —infraclase Metatheria— con la bolsa marsupial.
Entre los diversos órdenes de los euterios (que comprende a los roedores, cetáceos, ungulados y carnívoros entre otros), pertenecemos a el orden Primates, cuyos miembros se caracterizan por tener manos y pies prensiles que permiten trepar árboles y desplazarse en su ramaje con seguridad y rapidez. Las extremidades delanteras son utilizadas para diversas funciones al estar relativamente libres y por su gran posibilidad de movimientos finos y de sujección, gracias a el pulgar oponible y los dedos separados y largos. También disponen de una visión binocular o estereoscópica y la mayoría distingue los colores, características indicadas para el hábitat arbóreo, pues permite calcular distancias y reconocer el alimento de manera eficiente. La reproducción en este grupo tiende a un número pequeño de crías, a los cuales se les prodiga un cuidado esmerado y por largo tiempo, lo que acentúa esa condición –típica de los mamíferos – de ser afectuosos, e influye considerablemente en la organización de la vida social, que es de las más complejas en el reino animal. Finalmente el desarrollo cerebral, caracteriza a este orden como el más inteligente, y tiene relación con las exigencias de la vida social, que plantea el reemplazo de la fuerza bruta para la supervivencia por el accionar conjunto de numerosos individuos.
A continuación se divide éste en dos subórdenes: antropoides y prosimios. Al primero pertenecen los monos, los grandes simios y los seres humanos. Al segundo los lémures, tarsios, loris y los gálagos.
Los antropoides, a su vez, se clasifican en tres superfamilias
Los ceboides o monos del nuevo mundo, los cercopitecoides o monos del Viejo Mundo y los hominoides (simios y seres humanos)
Los hominoides a su vez se dividen en tres familias: los hilobátidos (siamang y gibones) o pequeños simios, los póngidos o grandes simios (chimpancés, gorilas y orangutanes) y los homínidos (ser humano —Homo sapiens— el único representante actual, cuya subespecie Homo sapiens sapiens nos incluye junto a todos los seres humanos contemporáneos, desde un millón de años a la fecha).
El lector no debe interpretar erróneamente esta suerte de escala zoológica, sólo se ha desarrollado hasta llegar al ser humano, pero es similar para cada especie. No debe caerse en la suposición de que el ser humano está en la cumbre de una pirámide. Por el contrario, todas las especies representan la peculiar adecuación a ciertas condiciones en particular y no es posible hablar de especies más o menos desarrolladas, evolucionadas, exitosas o ideales.

* LA CAPACIDAD DE ACCIÓN DE LOS ANIMALES.

La característica de la heterotrofia, esto es alimentarse de sustancias orgánicas (sintetizadas por otros organismos), que se encuentran dispersas y representan unidades energéticamente densas y ricas, es enormemente facilitada si hay un desplazamiento o del organismo o del medio donde se encuentran, de manera de acercarlas. Así todos los organismos animales disponen de sistemas móviles, desde los “sencillos” cilios a los complejos sistemas músculo-esquelético.
Para lograr una eficaz coordinación de el conjunto multicelular, encontramos en el grupo principal de animales (“metazoos superiores”, que excluye a poríferos, ctenóforos y celenterados —respectivamente: esponjas, nueces de mar y medusas—) una red de células nerviosas, capaces de transmitir impulsos de despolarización de membranas de manera muy rápida.
En base a estos dos sistemas, el de movilidad y el nervioso, es posible desarrollar una búsqueda activa del alimento, que es fundamental si la distribución de él es discontinua y más aún si es móvil (puede ser material muerto o bien otros organismos vivos como bacterias, hongos, ciliados, plantas o animales). Producto de la evolución, debido a la selección natural que ejerce presiones selectivas (dadas por la diferencia en la adecuación biológica de los organismos, esto es por su descendencia efectiva) que favorece a los más aptos, se produce rápidamente un perfeccionamiento de los órganos de los sentidos (que permiten detectar al alimento) y de los sistemas de desplazamiento (que permiten capturarlo), tendiendo a una máxima capacidad de captura con los mínimos costos para el individuo (gasto energético por cantidad de alimento, exposición del mismo a otros depredadores, entre otros).
En el filo de los cordados el sistema nervioso comienza a organizarse con una concentración de un gran número de células en el extremo anterior de la cuerda nerviosa, que se constituye en un centro de procesamiento de información (que proviene de los órganos de los sentidos, destacando la visión, por ello también la disposición anterior de esta concentración de células nerviosas) y coordinador de la acción del organismo. Esto aparejado a un esqueleto rígido y a el sistema muscular permitió pasar de organismos sésiles (fijos) a organismos nadadores activos. La rigidización del esqueleto articulado aumentó la capacidad de desplazamiento, ejerciendo una mayor demanda a los sentidos de orientación y detección (por ejemplo la linea lateral de los peces, que detecta vibraciones en el medio acuático, y el sentido de la vista y el olfato). Al comenzar la depredación activa entre peces (que evoluciona rápidamente tras la aparición de la mandíbula), en una suerte de “carrera armamentista”, se produce gran presión sobre los mecanismos que permiten capturar a las presas o escapar a su vez de los depredadores. Esto redunda en un incremento de la capacidad de procesamiento de el sistema nervioso central, que debe responder, cada vez más rápidamente a una correspondientemente mayor información, aportada por los órganos de los sentidos.
Finalmente la diversificación llevó a los peces a ocupar los más diversos ambientes, incluyendo la invasión de la tierra (que ocurrió al menos dos veces, originando a anfibios y reptiles). Fue requisito la existencia de un esqueleto rígido, capaz de soportar el peso del organismo fuera del agua.
En tierra los órganos de los sentidos debieron modificarse para ser útiles en las nuevas condiciones y surge el oído, capaz de captar las vibraciones en el medio aéreo, el olfato se readecúa y la linea lateral desaparece al tornarse inútil.
La aparición de la homeotermia (esto es mantener una temperatura corporal constante, que permite independizar la actividad de las condiciones ambientales y mejora la eficiencia del organismo, especialmente del sistema muscular) en las aves y mamíferos está unida a un aumento en un factor de 10 de la relación entre el peso del cerebro y el peso del cuerpo. Hay que destacar que estos dos grupos se originaron en forma independiente a partir de los reptiles. Se correlaciona así la mayor capacidad cerebral con la mayor demanda energética, lo que se explicaría por la mayor actividad posible y necesaria para un homeotermo (que puede ser independiente de las condiciones ambientales, pero para ello necesita de una mayor cantidad de energía), lo que confirmaría la relación entre sistema nervioso, órganos de los sentidos y capacidad de desplazamiento.
En ambos grupos hay un desarrollo del aprendizaje sin parangón, que permite reemplazar en buena medida la evolución biológica de instintos (dependiente de cambios del genoma) por una evolución cultural.
La lactancia resolvió en los mamíferos el problema de la gran demanda energética de las crías, y produjo como resultado la relación de dependencia entre crías y madre, la que es facilitada por la disposición afectuosa, muy acentuada en este período, pero que suele permanecer, facilitando, sin duda, la existencia de una vida social. A quienes piensen que lo afectuoso es típicamente humano, les ruego que observen una camada de gatitos que maman y que luego dormitan echados unos sobre otros. Y, ahora que la TV pone al alcance de los citadinos escenas de la vida de animales en ambientes naturales, tenemos constantemente a nuestro alcance espectáculos similares con otro tipo de mamíferos. Quien escribe pudo, incluso, observar en un noticiario de la TV en Noviembre de 1988, como un hipopótamo salió en defensa de una gacela atacada por un cocodrilo mientras estaba a orillas de un río abrevando. El hipopótamo no sólo atacó al depredador, sino que además ayudó, empujándola con su enorme cabeza, a salir a ésta del agua, y posteriormente con su boca tremendamente abierta le levantó la cabeza suavemente con su mandíbula inferior. Sin embargo, sus esfuerzos resultaron estériles, porque la gacela falleció a consecuencia de las heridas.
Los instintos han perdido notoriamente su preeminencia en los mamíferos, siendo reemplazados más y más por los procesos de aprendizaje. Y estos últimos derivan por un lado de la experiencia individual y por otro, de la observación de otros individuos. Esto es lo que muestran experimentos realizados por el Dr. Zing Yang Kuo (citado por Linton, 1959). Este investigador estudió la caza de ratas, en gatos. En la experiencia, de gatos que ven matar ratones a sus madres antes de los 8 días de edad, está el porcentaje más elevado de matadores de ratas (hay un 85% de matadores de ratas antes de tener 4 meses de edad). Sólo un 45% lo hizo, de aquellos animales que llegaron al contacto con ratas después de tener varios meses de edad. Por otro lado, solamente un 16% de los criados en compañía de ratas, mató a ratas de otras variedades (y nunca mataron a ratas de la misma variedad con que se criaron).
El aprendizaje a través de la propia experiencia sólo tendría una utilidad individual, pero vemos que la posibilidad de ser imitado por otros individuos de la misma especie le da una dimensión muchísimo más amplia, porque de esta forma se puede transmitir de una generación a otra patrones de conducta tan precisos como los instintivos. Y con la ventaja adicional de ser susceptibles de una modificación mucho más rápida, adecuándose así fácilmente a los cambios del medio y a los imprevistos. Todo lo que finalmente se incorpora a la especie como una herencia social. El estudio en gatos sobre la caza de ratas muestra que la descendencia puede aprender de sus progenitores y sabemos que también, de otros miembros de la misma especie.
La maximización de beneficios y minimización de costos (cuyo resultado final, es la adecuación biológica o “fitness” del individuo, esto es su descendencia efectiva), que opera en forma prácticamente mecánica en los otros grupos, es reemplazada en forma gradual por procesos influidos por la experiencia del individuo y la de sus antecesores, susceptible de ser traspasada por el aprendizaje.
Es así como en el ser humano, y, posiblemente, en otras especies animales con cerebros proporcionalmente grandes (primates y delfines como los más), prácticamente nada es instintivo, sólo las tendencias para mantener la homeostasis (hambre, sed, otras) y para asegurar la mantención del individuo (mecanismos de alerta, susto) y la reproducción (deseo sexual), las que son ampliamente dominadas por el proceso cognitivo, que es alimentado con información propia y ajena. De esta manera cada individuo dispone de una gran capacidad de adaptación a cambios ambientales súbitos, al poder elaborar respuestas a variadas situaciones nuevas, en base a relaciones o asociaciones de información de que dispone directa o indirectamente. De poseer la especie de mecanismos de comunicación eficientes y vida grupal, es posible la actuación coordinada de varios individuos, lo que le da una enorme capacidad de acción al grupo. Con estas condiciones se da, también, una rápida evolución de la herencia social.
Es interesante analizar lo que ocurre en aquellas especies más estrechamente relacionadas con la nuestra, es decir aquellas que se separaron más recientemente en el camino evolutivo. En los cercopitecoides los instintos han perdido totalmente su preeminencia, dando paso a una extraordinaria capacidad de aprendizaje que está ligada íntimamente al desarrollo de su sistema nervioso, el que corre a parejas con su nivel evolutivo. Las conocidas experiencias de Harlow (citado por McKeachie y Doyle, 1966) muestran que en monos de este grupo no hay posibilidades de actividad sexual de no haber contacto directo con la madre en los primeros meses de vida. En efecto, monitos separados horas después del nacimiento de sus madres y criados con “madres substitutas” consistentes en muñecas de alambre o de peluche, con un pezón de goma del cual podían alimentarse, no pudieron desarrollar actividad sexual normal, aunque sus parejas hubieran tenido experiencias sexuales previas. Algunas hembras de estos ejemplares experimentales, sin embargo, quedaron embarazadas, pero no pudieron hacerse cargo de sus crías. Las evitaban y las empujaban lejos, y las golpeaban en forma salvaje, tanto que las crías debieron ser separadas de sus madres. Es decir, en esta especie cercana a la nuestra, no hay ni siquiera un “instinto” maternal y tampoco un “instinto” sexual.
La vida en grupo es característica de los cercopitecoides, y proporciona amplias posibilidades para el aprendizaje por imitación. Recordemos al respecto, que la capacidad de imitación es también típica en ellos, como lo muestran los estudios de laboratorio, además de que es reconocida por el lego para los monos en general. En esta vida en grupo se destaca la división de funciones, es decir, el establecimiento de los roles-posición que examinaremos con más detalle en el capítulo respectivo. Otro aspecto característico es el abuso de los fuertes con los débiles, que ha sido estudiado en forma profusa bajo la denominación dominio-sumisión. Es decir, ninguno de estos rasgos sociales son patrimonio exclusivo del ser humano, puesto que los comparte, como vemos, con sus parientes cercanos en la evolución zoológica. Por otro lado, y contrapuesto con ello, se encuentran rudimentos de colaboración directa, como el despulgarse y limpiarse mutuamente.
Finalmente, los parecidos entre homínidos y póngidos son tales, que se pueden afirmar que las diferencias entre ellos es cuestión de grados más que condiciones específicas. Sí, tenemos que en el hombre hay una eclosión que resulta impresionante, especialmente si observamos lo que ha logrado la presente civilización. Pero, nada de lo que ha permitido este progreso es propiamente humano, a excepción de la creación de símbolos hablados y escritos. Porque está probado que los chimpancés son capaces de usar símbolos, pero no de crearlos, y que manejan el pensamiento abstracto, aunque en forma restringida. En ellos también existen actividades de colaboración directa muy claras, tales como el pedir y proporcionar ayuda para mover un bulto pesado, por ejemplo. Lo que resulta importante si queremos mirar en perspectiva la interacción humana.

III. EL Homo sapiens.

* SU CAPACIDAD DE ACCIÓN.

Las características morfológicas del hombre actual, muchas de las cuales comparte con sus parientes más próximos (los homínidos ya desaparecidos), le facilitan la interacción sin ninguna duda, tanto en forma directa como indirecta. Así, la posición erecta tuvo variadas consecuencias para los homínidos. Desde luego, el dejar libre las manos colaboró al extraordinario perfeccionamiento de éstas que se presenta en el Homo sapiens, con su especial estructura anatómica. Las manos libres y el pulgar oponible son capaces de movimientos finos, para lo cual se requiere el control del sistema nervioso central, lo que hace suponer que el desarrollo de esta habilidad corrió a parejas, influyéndose recíprocamente, con el del cerebro humano. Nosotros disponemos en ellas de un instrumento superior, que permite movimientos finos y de precisión. Esto incide directamente en el desarrollo cultural que encontramos en los prodigios de orfebres, artistas en general y especialistas de distinto tipo. Por otra parte, la posición erecta es un elemento básico en nuestro típico diálogo cara a cara, en que no sólo nos comunicamos verbalmente, sino que gestualmente (cuando tratamos de evitar el diálogo o intentamos restringirlo, nos ponemos de lado, evitando la posición frente a frente). Ella también facilitó un acercamiento sexual más pleno, precisamente por la posibilidad de estar frente a frente. Nuestros curiosos rituales del beso en la boca y del abrazo cara a cara, son también resultantes de esta característica. Además, del coito frente a frente. Los ojos ubicados al frente de la cara y la visión binocular de los primates no debemos olvidarlos, porque también juegan un rol en todas estas actividades.
El desarrollo del aparato de fonación del ser humano, típico de él, tiene consecuencias transcendentales, no sólo en el desarrollo de la cultura (por la transmisión de experiencias y conocimiento en general), sino porque le dio a la interacción humana una riqueza que ahora nos cuesta captar en toda su dimensión y en su infinita variedad de detalles. El aparato de fonación de que disponemos, es una compleja integración de diferentes estructuras que originalmente se desarrollaron en forma totalmente independiente, habida cuenta de que cumplían funciones distintas (pulmones, laringe, faringe, paladar, lengua, mandíbula inferior y mandíbula superior, musculatura de la lengua, etc.). Es el complemento del desarrollo cerebral y del pensamiento simbólico, el que resulta básico para la dimensión alcanzada por la interacción humana. Conjuntamente interviene en ella el importantísimo instrumental que constituye, para el efecto, el lenguaje, puesto que una amplia proporción de nuestras interacciones (aunque no todas) están constituidas por procesos de comunicación verbal y escrita. Por otra parte, el lenguaje es un elemento básico en la trasmisión y el desarrollo de la cultura.
En realidad, el lenguaje es una técnica de comunicación distintivamente humana, con una diferencia tajante respecto a los logros que han alcanzado en esta área los animales (sin descartar alguna sorpresa que se derive del estudio en profundidad de algunas especies de mamíferos marinos). Ellos disponen de procedimientos rudimentarios, como sucede con los monos que tienen expresiones muy ligadas a emociones y así pueden comunicarse la existencia de peligros, por ejemplo. Los humanos, en cambio, nos transmitimos una información detallada de situaciones y, además, abstracciones. “Gracias al lenguaje, los hombres pueden transmitirse unos a otros ideas claras de situaciones que no están presentes y de la conducta apropiada para tales circunstancias, lo que hace posible un enorme incremento en el contenido de la herencia social humana. El individuo en crecimiento puede aprovecharse de toda la experiencia de la generación anterior, y estar preparado de antemano para toda clase de situaciones” (Linton,1959).
Por otra parte, el lenguaje es un elemento indispensable para el desarrollo de la inteligencia. Según lo plantea Linton, los sordomudos disponiendo sólo de la capacidad imitativa quedarían al margen de una cantidad de áreas del conocimiento y, por lo mismo, antes de que se desarrollaran técnicas que les permitieran comunicarse, se creía que la mayoría de los nacidos mudos eran bobos. El lenguaje nos da entonces, una ventaja excepcional para aprender de otros, aunque en la capacidad para imitar a otros no nos distingamos mayormente de los antropoides. Y, no menos importante, el lenguaje no sólo nos posibilita aprender de otros, sino que voluntariamente podemos enseñar a otros.
Los estudios realizados por los paleontólogos respecto a los homínidos fósiles han ido dejando en claro su habilidad para hacer herramientas y el aumento de la capacidad craneana, a través de las distintas especies de este género, que implica obviamente un desarrollo cerebral. El cerebro del hombre moderno tiene no menos de 10.000 millones de células nerviosas. Y es bien sabido que ésta es la base de los fenómenos de inteligencia. Son el aparato de fonación, la estructura de la mano, la posición erecta y el cerebro tan desarrollado, lo que ha permitido la peculiar capacidad de acción del ser humano (y téngase presente que el lenguaje es una forma específica de ella en de nuestra especie) con la cual hemos logrado imponernos al resto de los mamíferos y demás especies animales, posiblemente con la excepción de los insectos. Porque nosotros no nos distinguimos por la velocidad que alcancemos con los medios de que dispone nuestro propio organismo, ya que allí los cuadrúpedos nos sobrepasan en forma muy clara. Y tampoco nos distinguimos por nuestra fuerza, porque somos notoriamente débiles frente a una cantidad de otros animales. Pero, esta capacidad de acción aparentemente restringida nos ha posibilitado paradojalmente, un desarrollo técnico y social con lo cual hemos podido superar a las otras especies en todos estos aspectos. Si bien nuestros antecesores fabricaban herramientas millones de años atrás (con el aumento de su capacidad de acción, que seguramente facilitó la continuidad de la especie), nosotros tenemos un desarrollo tecnológico en nuestra actual civilización que nos ha llevado a volar a alturas que no pueden alcanzar ni aves ni insectos; nuestros vehículos sobrepasan lejos en velocidad a cualquier cuadrúpedo; y con distintas máquinas logramos desarrollar esfuerzos que están definitivamente muy por encima de las posibilidades de cualquier animal, incluyendo las especies extintas. Todo esto sin hablar del manejo de la energía atómica, la energía electromagnética y las comunicaciones, y todo aquello que le da a nuestra actual civilización su sello característico. El extraordinario progreso de la medicina y el fenomenal desarrollo de las tecnologías de guerra, son expresiones del perfeccionamiento de esta capacidad de acción en cuanto a mantener y desarrollar lo que es positivo para la vida y ponerse cubierto de lo que se estima negativo para ella, multiplicando al efecto sus posibilidades de destrucción (suprimir lo negativo). A pesar de que lo anterior parezca algo ajeno a nuestro tema de la interacción humana, veremos que pesa en ella sin ninguna duda, aunque de manera indirecta. Y con mucha fuerza. Además de que las peculiares características de nuestro organismo, a las cuales nos estamos refiriendo en este momento, hacen precisamente que nuestra interacción adquiera niveles de mucha complejidad y sofisticación como podremos constatarlo a través de las páginas del presente libro.

* AFECTOS Y SOCIABILIDAD.

El período que va desde el nacimiento hasta alcanzar la edad adulta en el Homo sapiens es excepcionalmente largo (aproximadamente de 15 a 20 años) y tiene consecuencias decisivas en nuestras características como especie. Desde luego, este extenso período de debilidad relativa genera un acostumbramiento a la dependencia, a encontrar natural (y a buscar) la ayuda y protección de otros en forma espontánea, por así decirlo, en las diferentes etapas de la vida. Esto repercute directamente en distintas situaciones de la actividad normal de un ser humano y, por ende, en los diversos tipos de interacción. Así, la sexualidad se estructura, no sólo ligada a los afectos como ya describimos, sino en una perspectiva de ayuda mutua. La institución del matrimonio, que se extiende por prácticamente todas las sociedades humanas, tiene como uno de sus objetivos básicos la ayuda mutua. La totalidad de los grupos humanos se encuentran asimismo marcados por esta condición dependiente de sus miembros, puesto que toda su organización está íntimamente ligada a la ayuda mutua. Y por lo mismo, la diferenciación de roles o funciones, que lleva a una mejor eficiencia del grupo en cuanto a su organización y funcionamiento y, consecuentemente, a su supervivencia, se ve facilitada porque cada cual enfrenta sin mayor extrañeza el depender y el necesitar de otros. El extraordinario control social que encontramos en los grupos humanos es uno de sus resultados, porque a cada cual le resulta muy difícil oponerse a la presión del grupo, precisamente por necesitarlo tanto. En un aspecto estrictamente individual, la larga dependencia facilita enormemente el aprendizaje por imitación, puesto que quien está indefenso o desprotegido, con conciencia de sus incapacidades, tenderá a hacer como aquellos que se han mostrado o se muestran capaces y poderosos. Las consecuencias de todo esto en la interacción humana, en forma directa o indirecta, son muy variadas y las examinaremos progresivamente a través de los próximos capítulos. Instituciones como la amistad o la lealtad son expresión de ello. Los altísimos grados de exigencia que encontramos en determinados tipos de interacción es otro ejemplo de este fenómeno. Y así, sucesivamente.
De esta forma, no sólo compartimos con los monos cercopitecoides el aprender con la madre en los primeros meses de vida conductas que finalmente harán posible el apareamiento sexual (de acuerdo a los trabajos de Harlow ya citados), sino que en estas primeras experiencias se establecen las bases para toda interacción futura y, en especial, de aquellas que implican afectos. Así es que el trato que reciben los niños hasta la pubertad deja huellas duraderas. Los adultos actúan con los niños en forma similar a como lo hace la madre con ellos, o de manera equivalente. Las expresiones cariñosas que se tienen hacia ellos son, muchas veces, una copia exacta de lo que es la actuación de la madre con sus hijos. Los mimos y caricias son prácticamente idénticos, conjuntamente con las actuaciones de protección y cuidados, con la sola excepción del amamantamiento. Pero, a cambio de esto último, normalmente se le proporcionan golosinas o bebidas dulces. Todo lo cual se traslada posteriormente a la relación de pareja, porque los enamorados conjuntamente con los contactos físicos aprendidos de la madre y mezclados con otras acciones no aprendidas con ella y de efecto más directamente sexual (el llamado “petting” por los norteamericanos y “atraque” en nuestro lenguaje popular), se tratan el uno al otro como un adulto trata a un niño. Lo que incluye el regalo de golosinas de parte de él, y la preparación de dulces y postres de parte de ella (aunque sólo ocurra en los noviazgos y “pololeos” más tradicionales), sin olvidar por cierto las actuaciones de protección y cuidados recíprocos. Todo lo anterior está ampliamente confirmado por el clásico estudio de Kinsey-Pomeroy sobre la sexualidad humana, por lo menos en los estratos más altos, en que lo normal es que se den los prolegómenos para el acto sexual (“petting”). En todo caso, el aspecto protección y cuidados es propio de todas las parejas en forma independiente del estrato social, aunque con algunas variaciones.
Todo tipo de relación afectuosa, de manera independiente de la edad de los actores o participantes, se desenvuelve de acuerdo a estas características (aunque no incluya los elementos sexuales), en especial cuando hay un parentesco cercano. Por lo menos en la sociedad cristiana occidental. De este modo, podemos ver en situaciones muy distintas la aparición de estos patrones de conducta. Tal es el caso del beso en la mejilla (y en la boca en algunos pueblos) en forma independiente del sexo, que se usa como saludo y también como expresión de afecto. Lo mismo sucede con el abrazarse y el tomarse de la mano o simplemente, darse la mano en forma protocolar (sabemos que quien está enojado con otro evita hacerlo objeto de estas expresiones). Además es evidente que cada una de estas pautas de conducta adquieren un sello especial cuando se presenta entre personas que tienen un mayor grado de relación afectiva, por así decirlo, que el de ser simples conocidos. Allí nos encontramos con una mucho mayor efusión y expresividad en este tipo de gestos.
Ya nos hemos referido a como la larga dependencia del cachorro humano le facilita la imitación y el aprendizaje a través de la experiencia de otros, en forma similar a como sucede con el resto de los mamíferos. Pero, a diferencia de aquellos, el individuo humano continúa este aprendizaje a través de toda su vida. Porque como adulto aprende de otros a través de la imitación y del traspaso de información, que viene a ser el resultado fundamental del uso del lenguaje. Veremos más adelante sus consecuencias en la vida de los grupos.
Igualmente, como característica específica de la especie humana, podemos citar el hecho de que macho y hembra están permanentemente en disposición de actividad sexual, en contraste con las otras especies, en que los ciclos sexuales están muy marcados. Este fenómeno condiciona distintos hechos que se presentan en la especie humana. Desde luego facilita el que se estabilicen las relaciones en una pareja y la consiguiente constitución de la familia. Esto, según lo tratado anteriormente, está íntimamente ligado a la larga experiencia de dependencia por la cual ha pasado cada uno. Este hecho tiene también un enorme impacto en las culturas, del que se ocupan en forma especial y de lo cual trataremos más adelante.

* DIFERENCIAS INDIVIDUALES.

Nos hemos referido hasta aquí a las características generales del ser humano y que están íntimamente unidas a su condición biológica y a su parentesco con las distintas especies de la escala zoológica. Sin embargo, si bien nuestra condición de Homo sapiens tiene algo que es común para todos nosotros, simultáneamente presentamos diferencias notorias en cuanto individuos particulares, que se dan tanto a nivel físico, como en la acción. Físicamente encontramos características que llegan a ser extraordinariamente contrastantes. Desde luego, tenemos diferencias en cuanto a las características morfológicas de los sexos. Lo que naturalmente influye en la relación que se establece entre estos. Como dice Linton (op. cit.), el macho promedio humano puede vapulear a la mujer media, por el simple hecho de que la sobrepasa normalmente en peso y en capacidad física. Además, las diferencias orgánicas facilitan a unos más que a otros determinadas actividades (Pauchard-Hafemann, 1985). Por otro lado, dentro de los mismos sexos hay diferencias de físico que dan lugar a distintos tipos de temperamento. Aparte de ello, nuestras glándulas de secreción interna y peculiaridades de nuestro sistema nervioso (incluyendo un mayor o menor desarrollo de la inteligencia) condicionan disposiciones de acción específicas. Estas dan, por consiguiente, su sello a las interacciones que desarrollamos, tanto en lo general como en lo particular. Así, los recién nacidos muestran una variedad muy amplia de conductas, aún en las más simples de los primeros días de vida (bebées “llorones”, “inquietos”, etc.). Las diferentes etapas del desarrollo contribuyen asimismo a igualarnos en cierto sentido y a diferenciarnos en otros, lo que también aporta características especiales a las interacciones que desarrollemos. Así, de acuerdo a la edad que tenga nuestro interlocutor, esperamos acciones características y adecuamos nuestras propias interacciones adelantándonos a sus posibles respuestas. Nos desenvolvemos allí con el conocimiento supuesto (que muchas veces se acerca al estereotipo) de cómo es aquel que tenemos delante, por el puro hecho de representar tal o cual edad, entre muchos otros posibles indicios y convicciones.
Las experiencias personales particulares constituyen asimismo un aporte notable y amplio en cuanto a plasmar las diferencias individuales. Porque cada individuo a través de su desarrollo experimenta situaciones específicas. Y aún, situaciones que son comunes a todos los miembros de un grupo y de una determinada sociedad tienen un efecto diferente en cada cual, debido a que se presentan en contextos distintos en cada persona. El estudio del proceso cognitivo humano nos arrojará luz sobre el sentido y la dimensión de estos hechos. Así, por ejemplo, el fenómeno de la dependencia se presenta en forma diferente en cada uno de nosotros, lo que deriva directamente del tipo de experiencias vividas con quienes nos cuidaron y protegieron a través de nuestro largo desarrollo hasta llegar a adultos. Sin olvidar que también influyeron aquellos que nos maltrataron, especialmente si el contacto fue prolongado. El Imperio Británico, nos parece, no habría sido posible sin la peculiar manera de enfrentar el problema de la dependencia que se dio en sus clases dirigentes. Sus niños eran llevados desde muy temprano a los colegios con sistema de internado, en los cuales existía algo parecido a la Ley de la Selva (según se describe en detalle en distintos autores clásicos ingleses). Y la reciedumbre de la cual ha dado pruebas el pueblo alemán a través de su historia, estaría igualmente relacionada con la costumbre germana de que los jóvenes desde temprano dejan el hogar paterno para hacer una vida independiente (como aprendices en la época de la corporaciones artesanales y ahora como estudiantes, alejados igualmente de sus familias).

* EL HOMBRE Y EL GRUPO.

Es indudable, sin embargo, que los humanos compartimos muchos aspectos en nuestros modos de acción. Y en ese sentido la vida en grupos contribuye enormemente a unificar a sus miembros, dándoles características similares en su forma de actuar. Para comprender este fenómeno es indispensable adentrarse en el estudio de los grupos humanos, que conjuntamente con influir en los individuos, se constituyen en el marco en que se dan la mayoría de la interacciones personales. Porque el grupo es consubstancial al ser humano. La existencia de individuos aislados es algo absolutamente excepcional (tal es el caso de los pocos “niños lobos” que se han encontrado viviendo en ambientes naturales). Ya nos hemos referido a la dependencia del ser humano que nos lleva a considerar indispensable la ayuda de otros con una frecuencia que difícilmente captamos. Nuestra vida es un continuo cooperar con otros y pedir o dar ayuda (siendo la cooperación una variante del dar ayuda o recibirla). De esta forma el integrarnos a grupos nos resulta absolutamente natural, además de que por otra parte, nos encontramos en grupo desde que nacemos.
En todo caso, el grupo es sin duda el instrumento de sobrevivencia fundamental en la especie humana, ya que justamente la ayuda mutua y la colaboración permitieron afrontar condiciones muy adversas a lo largo de la trayectoria de nuestra especie, incluyendo además a nuestros antepasados homínidos, y casi con seguridad, a los antropoides anteriores. Porque la condición de debilidad física relativa del Homo sapiens le hace muy difícil enfrentar solo y con éxito el medio natural (basta leer las peripecias de aquellos sobrevivientes aislados tras algún tipo de desastre aéreo, marítimo o de otro tipo). Además, recordemos que en sus primeros tiempos los homínidos compartían su hábitat con cerdos de tres metros de alzada y los temibles tigres de los dientes de sable, entre otros.
Nuestro sino es interactuar con otros y, querámoslo o no, un necesitar a otros e integrarnos a grupos donde encontraremos compañía y seguridad. Sin embargo, curiosa y contradictoriamente se hace cada vez más difícil hacerlo en los grandes asentamientos humanos en que, como sucede en todas las grandes ciudades, se vive la soledad en compañía. Esperamos ser acogidos y temblamos ante la posibilidad de ser rechazados. Porque es una tarea permanente en cada uno de nosotros el buscar aprobación y consideración de parte de nuestros semejantes. Ello tiene consecuencias fundamentales que examinaremos a través de estas páginas. Es éste el espectáculo que encontramos si observamos a los seres humanos, y del que normalmente no tenemos muy clara conciencia, posiblemente porque es lo que está en torno nuestro en todo momento y por lo mismo pasa desapercibido.

BIBLIOGRAFÍA

Harris, Marvin: Introducción a la Antropología General. Alianza Universidad Textos. Madrid. 1991.
Linton, Ralph: Estudio del hombre. Fondo de Cultura Económica. México. l959.
McKeachie, W. J.; Doyle, Ch. L.: Psychology. Addison-Wesley P. C., Inc. Reading. Mass. l966.
Pauchard-Hafemann, Héctor: Rol de mujer y madre. Revista de Trabajo Social Nº 45. l985. Santiago.