La Disciplina Apropiadada, Requerimiento Indispensable para el Bien Común

Héctor Pauchard Hafemann

Facilita la mejor comprensión de los problemas de los niños la lectura previa de REGLAS PARA LA SALUD MENTAL, donde se encuentran resúmenes de fenómenos básicos: la seguridad en si mismo, el síndrome de emergencia, los sistemas binarios de interacción y vida social.

REALIDADES Y SUPUESTOS

La palabra disciplina tiene para muchos connotaciones claramente negativas. Las razones de que ello ocurra las examinaremos más adelante.

Por ahora intentaremos precisar su significado con fines esencialmente prácticos, en especial el de las consecuencias que ella tiene en las relaciones humanas y en la vida social en general. Al respecto dice el Pequeño Larousse: "Conjunto de leyes o reglamentos que rigen ciertos cuerpos como la magistratura, la Iglesia, el ejército: la disciplina escolar se ha suavizado mucho recientemente... Sumisión a un reglamento. Instrumento de flagelación. Azote...".

Por otro lado, la palabra se usa para describir la acción persistente, sistemática y organizada de quienes intentan determinados logros. Lo que corresponde efectivamente al sentido básico del término.

Porque la disciplina es un medio o procedimiento destinado a alcanzar determinados logros. Evidentemente, la magistratura requiere de disciplina para un adecuado impartir justicia, la Iglesia para mantener la fe en sus feligreses y la adhesión a su doctrina y el ejército para enfrentar con éxito al enemigo. La disciplina militar es sin duda paradigmática (la Historia nos habla de la disciplina espartana o de la disciplina del ejército romano).

De esta manera, una primera conclusión de lo anterior es que la disciplina no es buena ni mala en sí. Lo que es bueno o malo es lo que se pretenda con ella. O ¿hay alguien que se atreva a protestar contra la disciplina del estudiante que tiene buenos rendimientos académicos? o, ¿contra el deportista que alcanza éxito en las competencias?. Sin embargo, ya el Larousse nos muestra una connotación negativa "Instrumento de flagelación. Azote..." y que recuerda que un instrumento de elección para mantener la disciplina en grupos e instituciones ha sido el castigo. Porque, conociendo a los seres humanos, resulta ilusorio el intentar mantener la disciplina en agrupaciones humanas solamente con premios (los refuerzos de los conductistas).

De todas formas, lo ya examinado permite inferir la relación (olvidada) de la disciplina con el bien común. Porque es de suponer que lo que pretende la magistratura, a Iglesia y el ejército es bueno para todos sus integrantes. En realidad, no podríamos considerar el éxito de todas estas instituciones como negativos para todos sus integrantes (con la excepción de los escasos y eternos disidentes).

Justamente, el bien común es uno del que pueden gozar la totalidad o la gran mayoría de los miembros de una agrupación humana (grupo o sociedad). Entonces, ¿que se requiere para la real existencia de un bien común?

Las investigaciones de las ciencias humanas nos aportan una información que es valiosa, especialmente para la acción operacional. El bien común está ligado íntimamente a un alto espíritu de cuerpo y éste se presenta en grupos con alta cohesión. O, lo que es lo mismo, a sistemas sociales orgánicos. En otras palabras, se trata de grupos o sociedades en que la totalidad de sus miembros se empeñan en colaborar tras los logros de estas agrupaciones y que comparten un alto espíritu de solidaridad en relación a todos sus miembros (los que no se pliegan son sencillamente eliminados).

En ellas destaca la existencia de normas que implican derechos y deberes complementarios para todos los miembros del grupo, y las consiguientes garantías para los individuos y, asimismo, para la subsistencia del grupo. Puesto que un orden social adecuado asegura la prevención y control de la mayoría de las perturbaciones que ocurren en un sistema social. Es obvio que, si no hay orden social, impera la ley de la selva (la plena libertad, suprema aspiración de la denominada economía de mercado facilita enriquecerse a los más astutos y deshonestos utilizando procedimientos que chocan con la moral tradicional).

En todo caso, este requerimiento de orden social es explicado claramente por la teoría de la acción operativa (biokinesis) y permite deducir los lineamientos necesarios no sólo para la eficiencia de la organización, sino para que ella perdure.

La explicación básica es que los seres humanos reaccionan mal si son perjudicados. En consecuencia, para disponer de un control social exitoso, éste debe ser simultáneamente satisfactorio tanto para el grupo como para los individuos. Entonces el orden social demanda el disminuir al máximo las posibilidades de maltrato para todos y cada uno de sus integrantes, que es la condición ineludible del llamado bien común. No debe olvidarse que esta condición implica también el logro de satisfacciones que los individuos consideren necesarias. Exigencia que está claramente corroborada por el denominado egoísmo vital (el pivote de la teoría de la biokinesis).

Existen distintas concepciones de lo que es el bien común. Ellas dependen de la cultura del respectivo entorno social y sus valores, además del concepto o representación que se tenga del ser humano. En esta cuestión, la teoría de la acción operativa plantea un concepto de ser humano específico, en que destaca en un primer plano el requerimiento de seguridad por respaldo social. Desde esa perspectiva, el bien común adquiere características particulares, puesto que en primer término se trata de que todos y cada uno de los miembros del grupo tengan seguridad por respaldo social. Y ello acarrea una serie de consecuencias transcendentes tanto para los individuos como para el grupo (ver en LA VIDA SOCIAL). Y en cuanto a la disciplina, obviamente los individuos la aceptarán sin mayor problema si en efecto ella les aporta beneficios (lo que resulta del efectivo bien común).

Desde otro ángulo de aproximación a la cuestión de la disciplina, nos encontramos con que ciertamente un aspecto esencial en ella viene a ser la adecuación del individuo al medio social. Porque en su proceso de socialización cada cual adquiere conciencia de sus obligaciones con el grupo o sociedad y consecuentemente se ejercita en adaptarse a ella. Por otra parte, recordemos que la disciplina cumple una función instrumental. Y así, quién se disciplina lo hace primordialmente a fin de alcanzar ciertos logros en el medio social o para evitarse problemas en el mismo. Y aún, si se ejerce en el área de la ingesta alimenticia o del desarrollo muscular (entre otras modas), además de cuidar el propio organismo, se trata de adecuarse al medio social y específicamente a los valores allí imperantes.

Desgraciadamente todo lo anterior aparece claramente ignorado por los especialistas que se suponen son los indicados para impartir orientaciones tanto en educación como en prevención en salud mental. De hecho, desde hace muchas décadas, y producto de la hegemonía de los psicólogos conductistas en el área de las profesiones de ayuda y en educación, se ha preconizado que la disciplina y la autoridad son elementos negativos para el desarrollo normal del niño. Se ha supuesto que el desarrollo psicológico del niño era afectado negativamente tanto por la autoridad como por la disciplina generando problemas de personalidad y neurosis. Por lo tanto, padres y profesores debían abstenerse de imponer autoridad en sus hijos, suprimir los castigos y sólo usar premios (refuerzos) en su relación con los niños. Últimamente, en ese ambiente, incluso han aparecido especialistas que declaran que los niños no deben tener deberes sino solamente derechos. Todo esto además ha sido respaldado por ideólogos libertarios que se olvidan de que el ser humano requiere vivir con otros humanos, lo que implica automáticamente el perder parte de la libertad

Sin duda, estos planteamientos muestran un claro desconocimiento de lo que es un ser humano y la sociedad humana. Desde luego no consideran que toda sociedad humana, en el referido proceso de socialización acciona tras el adecuar a los niños al respectivo orden social. Y menos aún, el que el individuo por el solo hecho de vivir en sociedad tiene obligaciones con ella, que existe un bien común, que al necesitar de otros humanos se requiere de autocontrol, etc.

Pero, el postulado de que los niños deben ser libres, que jamás se les debe obligar y menos aún aplicarles correctivos se ha extendido de tal forma que los padres y los maestros que tienen actuaciones de autoridad viven profundos sentimientos de inadecuación, con la convicción de que van a recibir una repulsa del respectivo entorno social. Además, los padres se quedan sorprendidos y evidentemente consideran aberrante al profesional que les plantea que es necesario obligar al niño, que eventualmente implica el aplicar sanciones.

Curiosamente esto sucede en momentos en que en el mismo EE. UU. ya están dando marcha atrás. Y es así que tanto la American Academy of Child and Adolescent Psychiatry (AACAP), como los directivos a cargo de la lucha contra las drogas preconizan sin tapujos que los niños tienen que ser disciplinados y debe dárseles responsabilidades.

Es evidente que el cambio en estas orientaciones es consecuencia de los tremendos costos que ha significado para EE. UU. el dejar crecer a los niños sin directivas (drogas, delincuencia, promiscuidad sexual y embarazo de adolescentes, etc.). En consecuencia, para ellos han dejado de ser las sanciones algo aberrante (¿habrá quién pueda suponer que se logrará éxito en asignar responsabilidades y disciplinar en plena libertad y haciendo uso solamente de premios?).

En todo caso, creemos necesario adelantar

1º que lo negativo de la autoridad está constituido por las arbitrariedades, abusos e injusticias que se cometan, y

2º que es perfectamente posible el dar responsabilidades y disciplinar sin recurrir a castigos físicos.

DISCIPLINA Y FAMILIA

Frente a las preocupaciones y contrariedades que ocasionan los niños y adolescentes, la primera pregunta a formular es: ¿cual es la problemática de su familia como sistema social?

Porque normalmente, cuando los niños y adolescentes presentan algún tipo de alteración, la más de las veces de lo que se trata efectivamente es de la existencia de problemas en la familia. Y la posible patología de los primeros a menudo es una resultante de conflictos que son álgidos en otros sectores del sistema. Porque al ser ellos los más débiles, resienten y reaccionan conforme a sus posibilidades y recursos. A guisa de ejemplo, señalemos que los conflictos en la pareja parental repercuten directamente en el trato que reciban los hijos (para unos bueno y para otros malo).

De todas formas, en la época actual lo más usual en la problemática familiar deriva de no considerar el requerimiento básico de un sistema social. Ya que éste consiste en el disponer de un adecuado orden social que enmarque el accionar de todos y cada uno de sus miembros, cualesquiera que sea el tipo o dimensión del respectivo sistema. Además, no olvidemos que este orden social sólo se encontrará asentado sólidamente si se basa en el bien común (que implica el considerar los intereses de todos los miembros del respectivo grupo).

Todo lo cual no es más que una faceta de la inevitable pérdida de libertad que tenemos los humanos al convivir en un grupo. Pérdida que se acrecienta en una relación directa con la armonía con que se desenvuelva el respectivo grupo. Siempre es necesario tener presente que lo opuesto, el exceso de libertad, lleva indefectiblemente a la ley de la selva y a la consiguiente pérdida de la seguridad por respaldo social de los miembros del correspondiente grupo o sociedad.

Se trata entonces de instaurar en el hogar un orden social regido por el bien común. La clara conciencia de que el bien común significa algo bueno para todos los que integren el determinado grupo asegura el que los miembros se plieguen a este orden social, lo hagan suyo y por lo mismo se conviertan en parte activa del sistema. Se encargarán ellos mismos de cumplir con el orden social de que se trate y obligarán a los otros a adecuarse a él, es decir, lo harán realidad. De esta forma los procesos de socialización serán bienvenidos y estimulados en su desarrollo.

El precisar el bien común y el control social que lo lleve a una práctica efectiva dentro del hogar, es de responsabilidad de los padres. Y debería estructurarse de manera gradual en la medida en que la familia se amplíe con el nacimiento de los hijos y su paulatino desarrollo. Los padres habrán de ponerse de acuerdo y mantener unidad de criterios ante los problemas que se presenten y explicarle claramente las reglas al niño o al adolescente. Además de tener presente que es más fácil evitar que el comportamiento indeseable comience que el ponerle fin cuando ya está presente.

Ahora bien, el conocimiento de los sistemas binarios de interacción nos indica que para establecer un orden social sobre bases sólidas es indispensable el considerar cuatro normas básicas y una cuarta optativa. Ellas son:

1) Respeto y consideración por el otro.

2) Justicia y equidad.

3) Espíritu de cuerpo (todos para uno y uno para todos).

4) Proceder mediante acuerdos (que habrá de aplicarse entre adultos y también con los niños cuando efectivamente estén, conforme a su proceso de desarrollo, en condiciones de decidir con racionalidad sobre la problemática que corresponda).

El atenerse a estas normas garantiza a los personas una condición de vida satisfactoria y por lo mismo una disposición a colaborar en cuanto al orden social. Si cualesquiera de estas normas es pasada por alto, automáticamente se abre la posibilidad de que todo el mundo encuentre preferible el velar por sus propios intereses. Lo no sólo lleva a olvidarse del de los otros, sino que se pavimenta el camino para que en el grupo respectivo se establezca la ley de la selva, en que los más fuertes o los más astutos llevan la parte del león. Además de las consiguientes luchas y conflictos derivados especialmente del resentimiento de quienes quedan en condiciones desmedradas en situaciones de este tipo. Estos, sin duda, tratarán de hacerse justicia con las indeseables consecuencias que son obvias si consideramos que se trata de interacciones negativas (expresiones tangibles de los conflictos abiertos o encubiertos) (Ver en SISTEMAS BINARIOS DE INTERACCIÓN).

Para alcanzar un orden social satisfactorio para la familia y sustentado en una base sólida se requiere que los padres logren acuerdos entre ellos respecto a las normas a instaurar. Lo mismo es necesario, en cuanto a las sanciones que correspondan a las trasgresiones de las mismas. De otra forma difícilmente se alcanzarán buenos resultados. Y si hay hijos adolescentes, necesariamente tendrán que integrarse ellos a los respectivos acuerdos.

Es así como las sanciones deben enmarcarse en un contexto totalmente distinto al que constatamos normalmente. En primer término no se trata de un régimen de castigos sino uno del bien común, propendiendo las normas respectivas a su preservación o desarrollo. Consecuentemente, los niños deben saber con antelación que es lo que deben y que es lo que no deben. Y luego, se trata de precisar los sanciones, el tipo de ellas y las ocasiones en que se aplicarán.

Demás está decirlo, pero lo que proponemos es una disciplina racional y adecuada a los objetivos de que se trate y a las características de los respectivos niños. Porque, evidentemente, no se puede exigir a un niño de 6 años lo que conviene a uno de l4 años puesto que en este último los procesos de maduración están notoriamente más desarrollados. Lo mismo vale para las sanciones. Además de que normalmente basta con emplear sanciones de un rigor mínimo según lo muestra la experiencia.

Establecidas las normas, es esencial que su trasgresión lleve indefectiblemente a la aplicación de la sanción correspondiente, sin excepciones. Y sólo si ésta última no surte efecto en forma repetida se ampliará su magnitud dando previamente la respectiva información a los interesados. Esto conforma el requerido proceso de socialización.

El análisis anterior nos permite precisar lo que diferencia las sanciones adecuadas de las que no lo son. Efectivamente, se trata en primer término que ellas están condicionadas por la existencia de una norma previa.

En efecto, el niño no supondrá mala intención, arbitrariedad, abuso, injusticia y similares si con antelación ha sido informado de la norma respectiva. Es necesario hacerle saber con claridad lo que debe y lo que no, y las consecuencias de no cumplir con la norma en cuestión (las sanciones correspondientes). De esta forma se asegura que el niño no confunda el castigo con una interacción negativa, previniendo la conformación de una interacción negativa falsa (ver en PREVENTIVOS Y CORRECTIVOS).

Nuestra experiencia en consultoría de padres con niños problemas y cursos de relación padres-hijos resulta sistemáticamente confirmatoria al respecto. Así el niño toma normalmente conciencia de su responsabilidad, de manera tal que no queda resentido al ser sancionado porque no supone intenciones negativas en sus progenitores.

En efecto, un hecho repetido en nuestros seminarios de relación padres hijos y también en consultoría individual es el que niños de edades en torno a los 6 años se castigan por iniciativa propia. Y es así como con frecuencia se nos acercan madres que nos dicen "Fulanito me dijo: mamá hice (tal cosa), así que me voy a ir a castigar". Esto permite suponer que a través del proceso evolutivo en los seres humanos se han desarrollado centros neurológicos que hacen posible tomar con facilidad el orden social e, incluso, que este fenómeno corresponde al proceso de "imprinting" toda vez que unos años después ya no es posible lograr con la misma facilidad el interiorizar las normas.

Pero, también en la socialización pueden intervenir otros factores. En efecto, el incitar al niño a hacer aquello que se considera bueno y hacerlo sentir que eso es bueno actúa en la misma dirección. Ello contribuye a consolidar una buena exoestima (conciencia de tener méritos como persona) y es el instrumento más sólido de adecuación social (ver Seguridad en si mismo y exoestima en REGLAS DE SALUD MENTAL).

Los premios dan también resultados porque efectivamente tienden a hacer que se repita la actuación que se desea del niño. Este es el muy recomendado refuerzo de los conductistas que nosotros consideramos con reserva, toda vez que es común que ello lleve a la convicción del niño de que todo su accionar debe ser seguido de algo placentero. Al efecto, padres que han puesto en práctica este procedimiento se quejan de que los niños "se ponen interesados" y, por ejemplo, preguntan: "Hago eso ¿y que me das?".

Y finalmente, es obvio que todo lo anterior incide directamente en la cuestión de la libertad. Sin embargo, precisemos lo que es que bien sabido: que la libertad varía según distintas situaciones. Es decir, la libertad que podamos otorgar o de la que podamos disponer depende de las circunstancias o situaciones respectivas. En algunas de ellas es posible un alto grado de libertad, en tanto que en otras la libertad forzosamente es muy restringida. Por lo tanto, es un error hablar de libertad en general. Previo es el contestarse preguntas muy conocidas: ¿qué?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿donde?, ¿cuando?, ¿como?. En suma, se trata de precisar los grados de libertad para los distintos tipos de situaciones. Al menos para las más frecuentes, y enunciando criterios generales para las otras.

De esta manera podemos establecer las condiciones que conforman en general una adecuada aplicación de la norma:

1) Declaración de la norma, estableciendo que es válida para todos los niños de la casa y precisando lo que se debe o no se debe hacer (de ser necesarias excepciones habrá que estudiarlas cuidadosamente). Y en lo posible dejar en claro que es expresión o tiene relación con el bien común, con los deberes y derechos complementarios de cada cual, etc.

2) Indicación del castigo o correctivo que corresponda a la trasgresión de la norma. Este idealmente debe ser de poca monta, dando la posibilidad de aumentar su rigor de persistir en su quebrantamiento. Se evita así el riesgo de que sea tomado más que como correctivo, como venganza o simplemente un medio para descargar rabia y resentimiento.

3) En el caso de trasgresión, el castigo debe ser dado en forma impersonal (implica no mostrar rabia, satisfacción, etc.). Insistimos, jamás usarlo para hacerse justicia sino únicamente para corregir. Porque en el primer caso se constituye en interacción negativa con todas las consecuencias que ello conlleva. Es decir, en un primer plano debe aparecer el orden social y el bien común y no el interés de quien aplica el castigo. Es la forma más segura de que el niño internalice el sentido del deber (obligación de la persona con su grupo y con todos sus miembros).

4) Las sanciones prometidas deben cumplirse siempre y jamás perdonar o restar importancia a los hechos respectivos ("hacer la vista gorda"). El dar castigos esporádicos o conforme al estado de humor de la persona es nefasto en cualquier proceso de socialización o de reeducación. Esto último indefectiblemente lleva a una situación cognitiva de ambigüedad (no hay un buen "rayado de cancha") en que el niño descubre que existen posibilidades de escabullir el castigo. Dedicará en consecuencia sus esfuerzos a buscar esas posibilidades y alternativas para eludirlo y no cumplir la norma (con el consiguiente uso de múltiples artimañas o "tretas").

Los padres deben saber que, si se es consistente y persistente en la respectiva sanción, el niño deja de lado la acción o conducta inadecuada en tiempos relativamente breves. Pero, desgraciadamente el proceso tiende a resultar más prolongado cuando se trata de niños mayores y de adolescentes. Consecuencia en buena parte del anquilosamiento del proceso cognitivo de padres e hijos y de que, a buen seguro, ya están entrabados en encadenamientos de interacciones negativas.

5) Jamás se dará disculpas por la aplicación del castigo. Ello lleva a hacer sentir al niño que el castigo recibido es altamente negativo, dañino, doloroso, e incluso equivocado. Evidentemente, si el castigo no es adecuado puede interpretarse como injusto y en consecuencia va a despertar rebelión, trasladándose el problema del cumplir con el bien común a una lucha por hacerse justicia con los resultados imprevisibles a los cuales ya nos hemos referido. Igualmente nunca se habrá de extenderse en explicaciones, sólo las mínimas y razonables. Exceso de argumentaciones puede ser muestra de debilidad para el niño. Éstas y las disculpas fácilmente lo hacen sentir que quién lo castiga no las tiene todas consigo. De esta forma se le plantean posibilidades para imponer su criterio y hacer tabla raza del orden social que se trata de establecer

6) Nunca reprochar porque ello no sólo no es eficiente sino que genera interacciones negativas. El recriminar ("retar") normalmente tiende a la descalificación del trasgresor de la norma, es decir, afecta el valor social personal de éste y va a generar resentimiento e interacciones negativas (luego, no se puede esperar colaboración y "buena voluntad").

7) Cuando el niño está al borde de trasgredir la norma la actuación más apropiada del adulto es la de mostrarse firme delante del niño. Lo que implica no usar amenazas ni advertencias. Bastará la simple mirada, siempre que el niño vea una actitud sólida del adulto, para impedir actuaciones inadecuadas. Repetimos, las amenazas conjuntamente con el dar muchas explicaciones (especialmente si son niños pequeños) muestra debilidad de la persona que las emite y naturalmente no tiene mayor resultado, excepto que genera inseguridad en el niño.

Los adultos deben tener presente que el mostrarse débiles e inseguros frente a los niños provoca en éstos gran inquietud y temor (muchas hiperkinesis son el resultado de la inseguridad de los adultos en su relación con los menores).

8) En toda acción de socialización como en cualquier plan corrector la expresión de afectos hacia el niño debe ser estable. Todo cambio en este ámbito resulta perturbador. Así, el volcarse a mucho cariño y alabanzas luego de haber estado en permanentes interacciones negativas aparecerá sospechoso sin ninguna duda, con todas las consecuencias que ello puede acarrear. Por lo demás, el cariño genuino brota naturalmente al desaparecer las interacciones negativas y no se va a prestar nunca para interpretaciones inadecuadas.

9) El exceso de alabanzas es igualmente altamente perjudicial. Dar constantemente elogios puede aparecer como un interés personal de quién las hace, como el querer tener hijos maravillosos, lograr imponer su voluntad, etc. Así, alabanzas y felicitaciones deben ser ponderadas y destinadas "únicamente" a mostrar que se reconocen los méritos de que se trate.

10) No convertir la aplicación de la norma y de las sanciones en un triunfo sobre el niño. Puesto que así se traslada el problema a otro de competencia y rivalidad que no corresponde. Además de que deja de lado el faro orientador en todo lo que hemos descrito y es el que se trata del bien común (no de "quién gana"). Porque el niño debe tener siempre claro que lo que importa es el bien de todos y cada uno de los integrantes del grupo familiar y no de ventajas especiales para alguno de ellos en detrimento de otro u otros. El imponerse sobre otros o abusar sobre otros es la antítesis del bien común. Además, una actuación de este tipo muestra claramente debilidad del progenitor con las consecuencias que es de suponer. Al niño le deja la puerta abierta para desafiarlo posteriormente con posibilidades de éxito y de seguro el adulto habrá de prepararse para dificultades futuras.

Y finalmente, un indicación general:

La experiencia nos muestra que es corriente que sean muchas las normas a aplicar. Porque en la actualidad lo común es que no se haya disciplinado a los niños por temor a actuar de manera criticable (conforme a lo mencionado anteriormente: los padre oyen y leen en todas partes que los niños deben ser libres, que el ejercer autoridad es pernicioso, etc.). En este caso resulta indispensable el proceder en forma paulatina. Por ello hablamos del progreso en escalones, porque habrá que plantear una o dos normas a los niños y aplicarse hasta que se cumplan a cabalidad. Sólo cuando ello se haya afirmado, habrá que subir al peldaño siguientes (una o dos normas más). Y así, sucesivamente.

De esta forma tenemos garantía de una tarea factible y exitosa. (Ver PROCEDIMIENTOS CORRECTIVOS Y PREVENTIVOS, y su fundamentación teórica en TEORÍA DE LA ACCIÓN OPERACIONAL).